Riqueza, valor y futuro

Por Tomás Calleja.
Miembro del Capítulo Español del Club de Roma.

Creación de riqueza no es lo mismo que creación de valor, y en lo acertado de su combinación radica la acertada creación del futuro necesario. En la historia, esa combinación ha cambiado varias veces cuando un modelo concreto se agotaba. La actual combinación de riqueza y valor está agotándose y es hora de empezar a pensar en otra y de aplicarla a la vida real.Es frecuente que el ser humano tienda a localizar los retos en la proximidad de aquello que quiere cambiar, algo así como la tendencia a buscar las cosas allí donde hay luz, independientemente de donde puedan estar. Si queremos cambiar actitudes y comportamientos, tenemos que actuar sobre las motivaciones y, para ser eficaces en estas actuaciones, tenemos que cambiar algunos de nuestros objetivos. Especialmente aquellos que tienen que ver con la creación de riqueza, con la creación de valor y con la creación de futuro.

No es evidente que estemos generando y usando la información de la mejor manera posible si el objetivo es la creación de riqueza. No tenemos claro, de verdad, que es la información, para qué es la información y para quien es la información. La generación de conocimiento requiere procesar información, pero los procesos de información solo producen conocimiento en entornos culturales donde la cooperación orienta una buena parte de las actuaciones. Y esta escalera lógica nos lleva indefectiblemente al talento y a su gestión. Saber donde está el talento y decidir para que se usa es la base imprescindible para la creación de riqueza.

Pero la creación de riqueza puede perderse en su destino si este no está orientado por la creación de valor. El valor es lo que alimenta la capacidad de creación de riqueza y, para desarrollar ese alimento es necesario potenciar de manera creciente los niveles de educación que, al irse instalando en cerebros y corazones, estimula intenciones y sentimientos de respeto, en cuya ausencia se hace imposible la verdadera y posible democracia. Solo en el soporte del respeto basado en la educación puede establecerse la solidaridad rentable e inteligente, esa solidaridad que abandona la caridad temerosa para hacerse inteligencia productiva.

Y solo la riqueza que se crea desde el valor tiene posibilidades de crear futuro. Solo la parte de presente que crea futuro puede considerarse inversión y hoy, más que nunca, es necesario invertir en sociedad. Cada vez que se ha hecho un nuevo descubrimiento en la historia de la humanidad, se ha hecho una nueva contribución a la libertad, pero también, en sus usos fuera de lo deseable y conveniente, ha aparecido una nueva servidumbre, que ha reducido el tamaño posible de aquella contribución.

Por eso, la creación de futuro es siempre la creación más rentable, y el descubrimiento es siempre creación de futuro y, por eso, la investigación y el desarrollo es la mejor manera de invertir en futuro. Pero hemos simplificado estos términos limitándolos a la ciencia y a la tecnología, olvidando que invertir en sociedad tiene horizontes de destino que solo aparecen cuando somos capaces de cuestionar lo que creemos inventado y consagrado. Desde esa humildad que siempre ha sido productiva, es rentable pensar que la libertad todavía no ha sido inventada del todo y quedan muchas cosas por descubrir para enriquecer su invento.

Si creemos que ya hemos inventado la democracia, nos ponemos barreras para hacerla mejor. En el invento de la democracia posible tenemos uno de los principales retos de nuestra sociedad actual. El crecimiento sostenible, que ha demostrado ser un invento casi solo en las intenciones, no se hace más posible porque su límite es, precisamente, la democracia, y la democracia actual no es la democracia posible.

El crecimiento sostenible es un buen destino, pero difícil de alcanzar con los parámetros actuales que guían las actitudes y los comportamientos de las personas y de las sociedades. Hay que inventar el crecimiento solidario, ya que, sin la solidaridad suficiente, sin la solidaridad inteligente, no es posible el crecimiento sostenible. El crecimiento solidario es el nuevo invento de la inversión en sociedad.

Y de estos conceptos e intenciones, creación de riqueza, de valor y de futuro, modernizados e impulsados por una renovada voluntad de destino mejor que el que se nos aparece con la extrapolación del presente, es de lo que puede nacer el nuevo esquema de la traída, llevada y nunca alcanzada, de verdad, eficiencia. Todavía podemos reducir y mejorar el uso de recursos por unidad de producto; todavía podemos dejar de usar recursos para hacer cosas innecesarias y utilizarlos en otros sitios más necesitados y en otras cosas más necesarias; todavía podemos ser menos sociedad de consumo y más sociedad de recursos.

La Sociedad Industrial pareció ser la explosión de la grandeza y de las posibilidades de la especie humana, pero tuvo un límite en casi todos los aspectos de sus posibilidades, y se llegó a ese límite y se pensó que sobrepasarlo era hacer más sociedad industrial pero menos sociedad. Por eso apareció el nombre de Sociedad Postindustrial, que era más un reconocimiento de aquellos límites que un cambio de dirección. Nadie supo, de verdad lo que era la Sociedad Postindustrial, porque se sabía lo que no se quería ser pero no se sabía lo que se quería ser.

Hasta que, a caballo del espectacular desarrollo de las tecnologías de la información, y como reconocimiento a su contribución, se acuñó el nombre de Sociedad de la Información, y adquirimos la conciencia de estar en otro plano superior al anterior. En el paralelo desarrollo de las tecnologías de la comunicación, una alimentó a otra hasta que se juntaron en una posibilista convergencia, y aparecieron las TIC, que potenciaron el desarrollo de las redes, favorecieron el nacimiento de la sociedad red y multiplicaron por mil las posibilidades de relación entre personas y colectivos.

Y todo ello fue lo que abrió la puerta al nuevo y sugestivo nombre de Sociedad del Conocimiento, en la que se supone que estamos inmersos, unos más que otros. Las posibilidades de generación de conocimiento son grandes, mayores que nunca antes, tanto en recorridos de investigación como en procesos de información, como en el inteligente uso de los dos mecanismos. Pero la accesibilidad a estos mecanismos sigue siendo una referencia de discriminación y, sobre todo, una referencia de base cultural.

Porque la soñada Sociedad del Conocimiento solo puede hacerse realidad con un cambio casi universal de actitudes y comportamientos, que conlleve una reducción de la competición improductiva y una instalación de la cooperación positiva, una desaparición de las diferencias inútiles y una capitalización de las coincidencias vinculadoras, un desarrollo claro y decidido de la educación, el respeto y la solidaridad. Necesitamos una verdadera metanoia de la sociedad.

Ahora que ya no valen ni los Estados de Bienestar ni los Estados de Malestar, debemos pensar en soltar lastre de los primeros y en hacer crecer a los segundos antes de que una inmigración imparable e incontrolable arruine a los primeros y vacíe a los segundos.

Tenemos que encontrar el nuevo nombre de la nueva sociedad que tenemos que construir entre todos, un nombre posible, sugerente, motivador y transformador, un nombre que signifique el orientador reconocimiento de nuevas actitudes y comportamientos, la aceptación de nuestros retos y la contemplación transparente y animosa de las esperanzas que tienen que ser el motor de nuestras actuaciones futuras.